lunes, 29 de diciembre de 2008

Periódiko El Andarín


Corridas de-mentes


Es una horda salvaje.

Al parecer desde la antigua Roma se venía promoviendo el acto salvaje de asesinar un toro como parte de la diversión que se ofrecía al pueblo. Fue allí donde Julio cesar, rey de Roma le dio paso a los espectáculos sangrientos como el de un guerrero armado con escudo y espada que mataba a un toro y divertía a toda una multitud morbosa que celebraba el triunfo sobre un noble animal. Estos juegos romanos se convirtieron en una vergonzosa tradición para los españoles quienes la disfrazan de arte.


Fruto de este arte aparecen los más indultos por la justicia terrenal, los crecidamente frívolos, los aduladamente aclamados por una raza mórbida, los más desgraciados; los toreros. Y, con ellos, la infamia de ver morir un noble y fuerte animal, pero quien es ocultamente trastornado y azotado antes de ser “sacado al ruedo”. Desde el interior de la plaza comienza en desventaja la lucha para el toro al ser brutalmente golpeado en sus costados y luego ser dolorosamente afeitado (la afeitada consiste en cortar el pitón o la punta de sus cuernos con el fin de desequilibrarlo). Esto hace que el toro pierda su orientación y salga a los corrales de la plaza tullido y sin fuerzas para enfrentar las desgarradoras punzadas de un “sicario con espada”.


El regocijo de una mórbida ola de enfermos mentales que sacian su infame sed de salvajes impotentes tras burladeros es la respuesta a una brutal masacre a un toro que no entiende la razón de su dolor. Enfermos que desde su ignorancia humana se convierten en indolentes al disfrutar de una lucha que atenta contra la dignidad de un animal, tan animal y mamífero como nosotros. Esto nos hace preguntarnos cuál es el deseo humano que conlleva a ver morir a un animal de esta forma; una forma tan injusta e indigna. Y la respuesta podría surgir de varios factores de la sociedad.


Es esta sociedad la que envuelve una tradición ajena, la que llena sus bolsillos conestos espectáculos. Es en la sociedad donde se reproduce este siniestro deseo cuando, por tradición de los padres, los hijos terminan asistiendo a las fatales corridas de toros. Y es en ella donde las políticas gubernamentales no luchan por la libertad y la vida digna de un animal, ya que sus intereses van más allá del respeto a la vida digna de los animales y pasan por encima de las peticiones de quienes luchan por evitar que se sigan ofreciendo estos espectáculos grotescos y vacíos bajo el nombre de “ferias y fiestas bravas”.


Tal es el caso de los movimientos anti-taurinos; grupos de jóvenes que, desde su necesidad y deseo de hacer valer tal respeto, salen a las calles a expresar el desacuerdo frente a dichas ferias, a invitarle al pueblo respeto y conciencia ante tan absurdo acto de violencia, así como a exigirle a las autoridades competentes detener ese derecho a acuchillar que se le ha dado a estos sicarios con espadas. Así pues, el gobierno no demuestra interés en estas exigencias ya que éstas no generan riquezas para sus monopolios. A propósito, en esto debería pronunciarse el señor Uribe, quien señala como terrorista a toda persona cuyos actos demuestran salvajismo; ¿acaso estas corridas de toros no son un acto de terrorismo? Entonces en vez de encontrar una respuesta a este mal encontramos una pregunta; ¿hay algo que podamos hacer? Tal vez de la misma sociedad debe salir una propuesta para acabar o para luchar en contra de las corridas de toros.


Uno de los comienzos por acabar con este espectáculo desvergonzado y atroz es reflexionar y darle importancia a la vida de un animal. Es comenzar por desvirtuar ese concepto de arte que nos venden los medios encargados de promover esta serial matanza.

Pensemos en lo que podríamos hacer si para comenzar reprocháramos este daño a los animales, así como no debemos tolerar ni aceptar la lucha clandestina de perros “salvajemente” domesticados por otros no menos enfermos. No vaya a ser que en un futuro estas peleas clandestinas den paso a espectáculos aprobados por el placer de una sociedad que mata y divierte. Ver morir a un toro en una plaza te hace tan culpable como cómplice de la farsa del “arte taurino”.


"¡¡¡Tortura no es Arte, No es Cultura!!!"

Mauricio Monroy Machado

Imágenes tomadas de la Internet

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